Por Avelina Jimenez Lozano
Monterrey, México. “Señora, la vamos a tener que operar” —Esta es una frase fuerte, imperativa y tajante. Dependiendo de su contexto puede provocar asombro o un rayo de esperanza, pero lo que es seguro, es que cuando estas palabras son pronunciadas por un doctor, la angustia invade de manera espontánea tanto al paciente que las escucha, como a los familiares que están atentos ante cualquier noticia.
Si en alguna ocasión has tenido un familiar que es intervenido, puedes coincidir conmigo que la sala de espera de un hospital se convierte en un lugar de reflexión profunda, de recuerdos y nostalgia. El tiempo adquiere otra dimensión y el futuro se ve ahora tan incierto.
Hay intervenciones más sencillas que otras, pero estar en quirófano produce tanto para el paciente como sus familias una amenaza a la propia seguridad física y emocional. Un torbellino de emociones se desprende en ambas partes al imaginar que las cosas pueden cambiar y que existe la posibilidad de que ya nada sea igual que ayer.
De acuerdo al Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM) la angustia contiene una amplia variedad de sentimientos que van desde la tristeza, la desesperanza y el temor, hasta la depresión, el pánico y la ansiedad. Generalmente los familiares de los pacientes declaran que el esperar noticias en una intervención quirúrgica es el momento más angustiante de todo el proceso.
Existen tres maneras de enfrentar esta situación y que en momentos de inestabilidad emocional se convierten en columnas sólidas que permiten sobrellevar esas horas sin perder la razón: la fé, la familia y los amigos. Ante la falta de salud, el apoyo que brindan familiares y amigos se convierte en un bálsamo de esperanza y su simple presencia fortalece el corazón. Una visita, una llamada, un mensaje o una oración son acciones tan sencillas y concretas que ayudan a la familia a sentirse acompañados en el tiempo en el que los minutos se hacen eternos.
Lo verdaderamente valioso parece deslumbrar por sobre lo que no lo es tanto. Y cuando todo termina, el ver de nuevo a los ojos de quien estuvo ausente unas horas se convierte en el mejor regalo. A la vuelta de unos días, la familia fortalece sus lazos y los amigos que estuvieron ahí se convierten en familia.
Quien tiene salud en su familia, lo tiene todo. Si ahorita tu familia está sana, considérate millonario, aprovecha esa riqueza haciéndola visible entre sus integrantes y, cuando te enteres que alguna familia está pasando por una situación fuerte de salud, recuerda ser columna sólida en donde ellos puedan sostenerse.
Publicado originalmente el 3 de junio de 2015 en:
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