por Martha Salim Naime
¿Qué pasó con aquel novio galante, atento, amable y
seductor? ¿Se perdió en alguna parte del camino? ¿Acaso, surgió de la nada ese
individuo mal encarado y violento? En realidad no, siempre estuvo ahí, solo que
las señales eran casi imperceptibles; la
espiral de la violencia apenas comenzaba.
A pesar de las constantes descalificaciones, había disculpas pensando
que, por amor, pronto cambiaría.
No es fácil detectar la violencia emocional o psicológica en las
relaciones de pareja. A simple vista parece que no existiera, sobre todo, cuando no hay
evidencias de maltrato físico; sin embargo, al observar y escuchar activamente
a quienes la padecen es casi imposible no darse cuenta. A pesar de lo que
viven, muchas de las víctimas evitan alejarse o delatar abiertamente a sus agresores
porque tienen miedo de provocar una reacción que no desean.
Según datos del INEGI el 89% de las mujeres que han
sufrido violencia ha padecido la violencia emocional o psicológica. En muchas
ocasiones más devastadora que la física; la define como: “todas aquellas formas
insidiosas de tratar a la mujer con el fin de controlarla o aislarla, de
negarle sus derechos y menoscabar su dignidad, tales como los insultos,
menosprecios, intimidaciones, imposición de tareas serviles y limitaciones para
comunicarse con amigos, conocidos o familiares.” (ENDIREH, 2011)
La violencia emocional es la única forma de
violencia que puede presentarse de manera aislada o junto con los demás tipos:
física, económica, sexual, económica, patrimonial o laboral.
Puede darse tanto en el ámbito privado como en el ámbito público. No hay
distinción de edad, estrato social, estado civil o formación académica. Las
formas más comunes son: dejar de hablarle e ignorar o no tomar en cuenta a la
pareja.
El agresor tiene, por lo general, un alto grado de
tolerancia a la descalificación o al abuso; su historia suele comenzar en la
infancia, ya que probablemente ha crecido en un entorno en el que la violencia
verbal o física ˗o ambas– fueron medios que se usaron para conseguir fines.
Utiliza como mecanismos de defensa ser seductor,
encantador y manipulador. Suele ser egocéntrico, dominante y tiene mal
temperamento; cuando aumenta la espiral de la violencia, llega a ser violento y
agresivo. La raíz de su problema es el miedo; “el más ignorante, el más
injurioso y el más cruel de los consejeros” afirma Edmund Burke.
La pregunta que nos hacemos todos es: ¿por qué muchas mujeres aguantan en este tipo de
relaciones? Por supuesto que no hay una respuesta sencilla a una dinámica de pareja que desde el inicio es compleja. La mujer agredida suele ser
una persona sumisa, con cierto grado de incredulidad ˗no puede creer que eso le
esté pasando a ella˗. Ademas, si su autoestima no es muy sólida,
ésta se irá resquebrajando a medida que progrese la relación.
La psicóloga Leonore Walker, fundadora del Instituto de violencia domestica, afirma que la Teoría
del Ciclo de la Violencia ayuda a explicar este hecho. La violencia no es una
constante en la relación de noviazgo o matrimonio. Esta se ve interrumpida por
ciclos de alta tensión y de comportamiento amable y cariñoso por parte del
agresor.
La primera fase del Ciclo de la violencia es la de
aumento de tensión: ocurren incidentes menores y ella no espera ser agredida;
todo lo contrario, cree que si hace lo que tiene que hacer evitará que el enojo de él
aumente; si no lo logra: se culpará a si misma.
En la segunda fase, explosión o incidente agudo de
la violencia.es cuando explota la bomba: tanto el agresor como la mujer
agredida aceptan que su ira está fuera de control. Con frecuencia ambos relatan
que fue la suma de pequeñas molestias las que provocaron el incidente agudo de
agresión. La brutalidad está asociada a esta fase.
La etapa final, luna de miel, es bienvenida por ambas partes. El agresor es
nuevamente el protagonista, solo que ahora su comportamiento es sumamente
cariñoso, amable y de arrepentimiento. Sabe que se le pasó la mano y ahora
trata de compensar con atenciones, regalos o simplemente con palabras de
consuelo. El agresor tiende a minimizar lo sucedido, a trasladar la culpa y/o a
negar lo sucedido. En esta etapa hay un inusual periodo de calma, que cabe
mencionar, es cada vez más corto a medida que el espiral de la violencia
avanza.
El psicólogo y escritor norteamericano, Martin Seligman, afirma que la "Teoría de de la indefensión aprendida" ayuda a explicar el síndrome por el cual, una persona se inhibe frente a situaciones que le provocan dolor o aversión, cuando las acciones que ha tomado para evitarlo no le han dado resultado y termina por desarrollar actitudes pasivas ante ese tipo de situaciones. La respuesta de la victima es de ansiedad y alerta permanentes ante la situación de
inseguridad del maltrato y ante la pérdida de capacidad para predecir
consecuencias de sus actos.
La Indefensión Aprendida puede conducir a la
persona a creer, falsamente, que es más
incapaz lo que es en realidad. Esto puede conducirles a tomar malas decisiones,
lo que resulta en una situación peor y un círculo vicioso de depresión. La
continua exposición a los malos tratos y al desprecio, provoca en las víctimas,
en su mayoría mujeres, un desgaste psicológico que, como consecuencia, genera
en ellas sentimientos de desamparo e incapacidad para lograr sus metas y
proyectos de vida, dejando como consecuencia, en la mayoría de los casos, un
estado de depresión.
¿Qué hacer?
Si se trata de una relación de noviazgo, unión libre o matrimonio, hay que
poner los pies en la tierra y dejar de soñar: nadie tiene el poder sobre otra persona para
hacerla cambiar; ni con todo el amor o la delicadeza de que sea capaz. No hay que justificar lo injustificable ni disculpar lo no
disculpable. Lo mejor es alejarse a tiempo del agresor. En cualquier tipo de relación conviene reconocer las
señales de alerta, no prestarse a su juego y poner en palabras lo que está
pasando. Identificar los sentimientos que produce esa relación.
Es importante evitar el autoengaño y creer que si
tú cambias el agresor cambiará. Una persona que abusa emocionalmente de otra es
una persona que tiene problemas psicológicos y necesita ayuda profesional. Las
personas agresivas tienen problemas de conducta y solo depende de ellos mismos y de
su voluntad por querer sanar su pasado y reconstruir su presente de cara a un
futuro prometedor. El caso del agresor, es un tema que amerita un desarrollo
adicional, ya que en su momento, pudo haber sido víctima también.
(*) Martha Salim Naime. Es Administrador de Empresas con Maestría en Ciencias del Matrimonio y la Familia y diplomado en Tanatología por el Instituto Superior de Estudios para la Familia (Juan Pablo II). Es consultor familiar y cuenta con la certificación para ser facilitadora de la herramienta pre-matrimonial FOCCUS.
Puedes contactarla en: cosas.defamilia.nl@gmail.com