Por
Avelina Jiménez Lozano
Uno de esos días, en mi trayecto al trabajo, iba escuchando
la radio y al cambiar de estación escuché una canción infantil que me remontó a
mi niñez. Para mi sorpresa aún recordaba el coro: “Tomás, uuuuuuh… Tomás, ¡qué
feo estás!”. Aunque hay varias versiones de esta canción, una cantada por Mayté
Gaos y otra por al payaso Cepillín, es en esta última donde Tomás describe en
primera persona la situación de bullying
que vivía a través de un canto divertido y con buen ritmo, cuestionándose la
razón por la cual los niños lo miraban tan mal.
Bullying es una
palabra inglesa que significa intimidación, cualquier conducta agresiva, mal
intencionada y repetitiva sin una razón definida que acose a otra persona.
Existe bullying físico, psicológico,
cibernético, verbal. Recuerdo que lo peor que te podía pasar cuando eras niño
era que te aplicaran la ley del hielo y que fueras el último en ser elegido al
formar equipos. Eso en la actualidad se conocería como bullying de exclusión
social.
Dan Olweus, psicólogo de la Universidad de Bergen,
eligió en 1993 la palabra bullying por su parecido a la palabra mobbing, la cual describe el momento en
el que un grupo de animales de la misma especie asecha a otro; este fenómeno
natural resulta del choque de dos instintos: el de pertenecer a un grupo
altamente cohesivo y al mismo tiempo destruir un blanco.
La anterior definición pareciera salir de una
película de terror, pero lamentablemente es toda una realidad. Constantemente
hay niños que se ríen de los demás porque son diferentes de la mayoría: altos o
bajos, obesos o delgados, morenos o rubios; ser distinto siempre será el primer
detonante de una burla. Pero entonces, si ha existido siempre, ¿cómo es que
actualmente en las escuelas el bullying es foco de alerta para maestros, padres
de familia, autoridades y sociedad en general?
Según un estudio del Instituto Politécnico
Nacional, en México la tercera causa de muerte en personas de educación básica
es el suicidio, dato tremendamente alarmante si se considera que el 60% de los
niños de 10 a 13 años ha sufrido bullying.
Algunos consideran que la causa de este fenómeno es
meramente académica y que el rigor dentro del aula se ha vuelto nulo. Sin
embargo, los niños a la escuela deben de ir educados; los maestros les
proveerán de conocimientos y habilidades para la vida pero la educación viene
de casa.
Un niño que es agresivo no inicia esa conducta
ofensiva en la escuela, sino que comienza presentando episodios en su casa. La
familia es la escuela de las emociones y es ahí en donde uno aprende a
controlarlas y disfrutarlas. Es nuestro deber como padres de familia enseñar a
nuestros hijos a respetar a los demás, a manejar su mal humor, a aceptar las
diferencias y a valorar la dignidad humana. El hogar es la cuna del desarrollo
del “ser” de cada uno de sus integrantes y en donde se desarrolla la
programación emocional que el niño tendrá a lo largo de su vida.
Si bien es cierto que en el bullying es clara la presencia de un agresor y su víctima, también
existe otro integrante silencioso que son los espectadores. Aquél que es
testigo de los golpes o que graba el momento de la agresión, refleja una
conducta pasiva que puede tener graves consecuencias psicológicas y
sociales, como la sumisión, el miedo y la falta de empatía. Debemos reforzar en
nuestros hijos la importancia de denunciar estos casos aun cuando no sean los
directamente afectados, para crear un sentido de responsabilidad ante las cosas
que suceden a su alrededor y con sus semejantes.
Si a quien le estás haciendo una broma no se ríe,
deja de ser una broma. Si hay dolor y sufrimiento en un juego, deja de ser
juego. De estas dos aseveraciones parten las sanas relaciones interpersonales.
Aunque tiene pocas décadas de ser conocido como tal, el bullying ha estado
presente en nuestra sociedad con nombres como acoso, sarcasmo y constante
hostigamiento.
Es urgente que nuestros niños encuentren un lugar
seguro en casa donde exista la confianza de platicar lo que sucede en la
escuela y en familia desarrollen herramientas asertivas para enfrentar las
situaciones incómodas y desagradables que se presentan fuera del hogar. La
canción que venía escuchando en la radio tiene un final feliz, el personaje se
valora a sí mismo y acepta quién es sin importar el rechazo de sus compañeros:
“Soy feliz porque soy Tomás”.
(*) Avelina Jiménez Lozano, es Psicóloga con Maestría en Educación por la Universidad de Monterrey. Experta en temas de familia y pareja. Cuenta con la certificación para ser facilitadora de la herramienta pre-matrimonial FOCCUS. Ha participado en programas de desarrollo humano e inteligencia emocional en México y España.
Contáctala en jimlav15@hotmail.com
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