sábado, 25 de agosto de 2018

¿Vale la pena casarse?


por Martha Salim Naime

La duda es el principio de toda sabiduría.
Aristóteles

Hoy en día las parejas de novios que han encontrado a su media naranja se plantean tomar una decisión: casarse o vivir juntos. Finalmente de eso se trata, de compartir con la persona amada -la elegida- el resto de la vida. En aquello que esta fundamentados sus valores —tradición, seguridad, costumbre, moda o convicción— hará que la balanza se incline hacia un solo lado.

Es común que los jóvenes, antes de tomar una decisión que cambie su vida de manera radical, se hagan preguntas a sí mismos para estar seguros y confiados de lo que piensan hacer. Antes de que un joven le pida matrimonio a su novia  como es lo convencional— se preguntará: ¿estoy listo para dar este paso? ¿Es esta persona, mi novia, la mujer que le dará sentido a mi vida, a mi trabajo?; por otro lado, la chica, que intuye y espera la propuesta de su novio, se hace, a su vez, un cuestionamiento similar.

 La tendencia al alza en la cohabitación (periodo de vida marital no legalizado) debilita la institución matrimonial; hay miedo a casarse, miedo al divorcio y miedo al compromiso.  No es para menos, si tomamos como referencia los datos del INEGI que muestran un alza exponencial en los índices de divorcio: de 35,029 en 1994 a 91,285 en 2011 y 123,883 en 2015.

 Ante estas interrogantes surgen diferentes planteamientos:

Los que no se cuestionan y sí se casan, porque así lo marca la tradición, porque eso han hecho sus padres y harán sus hermanos y familiares cercanos. Porque casarse es lo que importa y no se atreven a contradecir, en el dado caso de que lo consideren como una opción. Tienen ejemplos cercanos y modelos a seguir. No tienen por qué dudarlo, el matrimonio no es fácil pero funciona.

Por otro lado, están los novios que se cuestionan y no se casan.  Quieren estar seguros de que la relación funcione, prefieren esperar a ver qué pasa antes de legalizar o formalizar su unión. No les gusta sentirse atados. No se plantean proyectos a largo plazo, porque la misma relación no les da esa seguridad: ¿qué pasaría si le invierten tiempo, dinero y esfuerzo y luego se dan cuenta de que no pueden vivir juntos?  Buscan ser una pareja, pero no están convencidos de que tener hijos sea una buena idea, sin embargo, las probabilidades de embarazo no disminuye por el hecho de no estar casados. Quienes cohabitan, no se divorcian, pero también sufren por el rompimiento de su relación.

 Por último, los que se cuestionan y sí se casan. Estas parejas deciden asumir el matrimonio como una alianza: un compromiso en el presente para un futuro incierto. Se aman y saben que este sentimiento, será el motor que los impulse y el freno que los detenga; la decisión de amarse y la voluntad del compromiso rebasan el enamoramiento de la primera fase de la relación.   Saben que por su pareja desearán: querer más, querer mejor y querer ser mejores. Se casan para hacer que pase algo trascendente en sus vidas. Empiezan sus proyectos de vida en común desde el noviazgo. Quieren ser y formar una familia, tener hijos y darles lo mejor de ellos mismos.

 La revista Journal of Marriage and the Family ha publicado una serie de estudios que confirman lo que la experiencia nos dicta: el matrimonio es un compromiso que da seguridad y estabilidad; es fuente de fidelidad y esfuerzo conjunto. La familia, basada en el vínculo conyugal, es la generadora de capital social más eficaz;  ponerla en riesgo, tiene graves consecuencias sociales, económicas y sanitarias.

 Cada pareja, en uso de su libertad, decide el tipo y el nivel de compromiso que quiere asumir. Por lo general, está relacionado con su proyecto de vida particular. El éxito profesional, la realización personal y el sentido de trascendencia son factores claves en cada decisión. Kierkegaard afirma que "el matrimonio es y seguirá siendo el viaje de descubrimiento mas importante que el hombre pueda emprender".

 Solo el equilibrio dará a la persona, y a la pareja, la sensación de plenitud y felicidad.  Una decisión será madura, en tanto se escuche a la cabeza y se deje hablar al corazón.

(*) Martha Salim Naime. Es Administrador de Empresas con Maestría en Ciencias del Matrimonio y la Familia y diplomado en Tanatología por el Instituto Superior de Estudios para la Familia (Juan Pablo II). Es consultor familiar y cuenta con la certificación para ser facilitadora de la herramienta pre-matrimonial FOCCUS. 


Puedes contactarla en: cosas.defamilia.nl@gmail.com

jueves, 16 de agosto de 2018

Las presuposiciones del matrimonio

Por: Fernando González Rocha y Paty Zambrano
 
El primo de un amigo nos comentó, antes de casarse, que la Familia de su esposa era bastante rara pero que su futura esposa no era así. Nada, que después de algunos años de casado se dio cuenta que su esposa si era así, como su familia. ¿Será coincidencia?

Si te preguntamos: ¿Cuál es la familia normal, la tuya o la de tu cónyuge? Seguramente me dirás que la tuya. Pero si le preguntamos a tu cónyuge dirá que la suya. Sí, es un hecho que los cónyuges venimos de familias diferentes, por lo cual, cada uno tiene, en su mente, un modelo de matrimonio similar al de sus padres. A todas esas ideas preconcebidas les llamaremos presuposiciones. Hay algunas que afectan nuestra relación matrimonial, pero existen otras, que llamaremos positivas, que nos desarrollarán como pareja.

Estas presuposiciones, que cada uno tiene, nunca las cuestionamos pues ya nos vienen en nuestro software mental de generación en generación. Se trata de identificar, cuestionar y adoptar, libremente, aquellas que nos ayuden a mantener la llama del amor y el matrimonio encendida.

Dice Erick Fromm: “El amor es mucho más que un sentimiento, es decisión y compromiso”. Cierto, el amor es acción, es un estilo de vida que adoptamos porque creemos que es la mejor forma de vivir.
En nuestra convivencia con matrimonios hemos identificado algunas de las presuposiciones positivas que los han mantenido unidos y felices. Algunas de ellas son:

  • Tenemos todos los recursos que nuestra familia va a necesitar y, si no los tenemos, confiamos en nuestra habilidad para crearlos. Por ejemplo: tener o crear recursos emocionales para mantener la relación de pareja en condiciones óptimas de comunicación; saber entender y educar a nuestros hijos, crear oportunidades que nos generen la economía para hacer frente a los gastos e inversiones requeridas.
  • Nuestro amor crecerá en la medida que lo cuidemos. Cada día haré algo para mantenernos enamorados, de mí depende y me responsabilizo de ello.
  • Los hijos siempre son una bendición y vienen con todo lo que vamos a necesitar para educarlos y sostenerlos.
  • Siempre pondré a mi cónyuge por encima de cualquier otra persona, ahora que me casé él (ella) es mi prioridad. Aún por encima de los hijos.
  • Le amaré cómo le gusta ser amado. Si para llenar su tanque del amor es necesario pasar tiempo con él (ella), darle palabras de afirmación (piropos o reconocimiento), actos de servicio, regalitos o simplemente necesita ser abrazado y besado para sentirse amado, lo haré.
  • Nos comprometemos, cada uno, a tener el mismo grado de compromiso, a dar el 100% de todo lo que somos para asegurar el éxito de nuestro matrimonio.
  • Siempre habrá entre nosotros el recurso del perdón acompañado de restitución del daño.
  • Podemos conversar de cualquier tema sin importar aún si pensamos diferente. Aceptamos que no estaremos siempre de acuerdo. Cada uno tiene su propio punto de vista, pero siempre llegaremos a un acuerdo de beneficio mutuo.
 Algunas mas:
  • Cuando estés enfermo, yo te cuidaré.
  •  Apoyaré económicamente a mi familia, sin ser egoísta.
  • Guardaré la privacidad de los asuntos de pareja y cuidaré no ventilar temas que sean de carácter privado.
  •  La toma de decisiones la haremos entre nosotros, los cónyuges, sin interferencia de la familia política.
  •  Cuando demos ayuda económica, o de otro tipo a algún familiar o amigo, estaremos los dos de acuerdo.
  •  La comunicación es la clave de la empatía. No habrá temas tabú entre nosotros.
  • Nos mantendremos saludables y de buena presencia por amor al otro.
  •   Nos echaremos porras entre nosotros.
  • Siempre nos diremos la verdad, aunque no nos guste.
  • Buscaremos el máximo desarrollo emocional, intelectual y anímico de los integrantes de esta familia.
  •  Apoyaremos y cederemos para ser equitativos.
  •  Todos nos involucraremos en los quehaceres y mantenimiento de la casa.
  • Seremos amables y cordiales unos con otros.
  •  Tendremos respeto para las ideas, estilo de vida y etapa de vida de cada integrante.
  •  Haremos un patrimonio en conjunto.
  •   Las cosas nunca estarán por encima de las personas.
  • Viviremos y fomentaremos la vida espiritual de todos los integrantes de la familia.
  •  Pondremos nuestros valores humanos y espirituales como los rectores de nuestras decisiones.
  • Trataremos de tener diversiones y aficiones que, preferentemente, nos unan como cónyuges.
  •  Pondremos nuestro tiempo libre al servicio del cónyuge y de los hijos.
  • Seremos agradecidos con lo que enfrentemos en nuestra vida conyugal.
  • Guardaremos nuestra fidelidad como un tesoro de nuestra relación.
Todo esto, que parece una carga de obligaciones, se convierte en una muestra de amor, por amor. Cuando se ama se da todo. Es impresionante como, al vivir estas presuposiciones, se logra disfrutar de la libertad de estar haciendo lo correcto y se disfruta inmensamente los resultados de hacer y fomentar los valores del matrimonio en la familia.

Si ya estás casado, revisa, con tu cónyuge, lo que pueden hacer para mejorar y, si no lo estás, piensa y decídete por alguien con quién puedas lograr vivir de esta manera.

Dice Jorge Bucay: “El amor es la respuesta a la soledad y el egoísmo”.

¿Qué puedes hacer hoy para mejorar tu relación con tu cónyuge? Esto no es magia, es acción, solo mejoraremos si hacemos algo diferente cada día.



(*) Los autores son Coaches de Pareja y de Vida. Pueden contactarse en;
patyzambrano@hotmail.com



sábado, 11 de agosto de 2018

Bullying, ¿Realidad o fantasía?


Por Avelina Jiménez Lozano

Uno de esos días, en mi trayecto al trabajo, iba escuchando la radio y al cambiar de estación escuché una canción infantil que me remontó a mi niñez. Para mi sorpresa aún recordaba el coro: “Tomás, uuuuuuh… Tomás, ¡qué feo estás!”. Aunque hay varias versiones de esta canción, una cantada por Mayté Gaos y otra por al payaso Cepillín, es en esta última donde Tomás describe en primera persona la situación de bullying que vivía a través de un canto divertido y con buen ritmo, cuestionándose la razón por la cual los niños lo miraban tan mal.

Bullying es una palabra inglesa que significa intimidación, cualquier conducta agresiva, mal intencionada y repetitiva sin una razón definida que acose a otra persona. Existe bullying físico, psicológico, cibernético, verbal. Recuerdo que lo peor que te podía pasar cuando eras niño era que te aplicaran la ley del hielo y que fueras el último en ser elegido al formar equipos. Eso en la actualidad se conocería como bullying de exclusión social.

Dan Olweus, psicólogo de la Universidad de Bergen, eligió en 1993 la palabra bullying por su parecido a la palabra mobbing, la cual describe el momento en el que un grupo de animales de la misma especie asecha a otro; este fenómeno natural resulta del choque de dos instintos: el de pertenecer a un grupo altamente cohesivo y al mismo tiempo destruir un blanco.

La anterior definición pareciera salir de una película de terror, pero lamentablemente es toda una realidad. Constantemente hay niños que se ríen de los demás porque son diferentes de la mayoría: altos o bajos, obesos o delgados, morenos o rubios; ser distinto siempre será el primer detonante de una burla. Pero entonces, si ha existido siempre, ¿cómo es que actualmente en las escuelas el bullying es foco de alerta para maestros, padres de familia, autoridades y sociedad en general?

Según un estudio del Instituto Politécnico Nacional, en México la tercera causa de muerte en personas de educación básica es el suicidio, dato tremendamente alarmante si se considera que el 60% de los niños de 10 a 13 años ha sufrido bullying.

Algunos consideran que la causa de este fenómeno es meramente académica y que el rigor dentro del aula se ha vuelto nulo. Sin embargo, los niños a la escuela deben de ir educados; los maestros les proveerán de conocimientos y habilidades para la vida pero la educación viene de casa.

Un niño que es agresivo no inicia esa conducta ofensiva en la escuela, sino que comienza presentando episodios en su casa. La familia es la escuela de las emociones y es ahí en donde uno aprende a controlarlas y disfrutarlas. Es nuestro deber como padres de familia enseñar a nuestros hijos a respetar a los demás, a manejar su mal humor, a aceptar las diferencias y a valorar la dignidad humana. El hogar es la cuna del desarrollo del “ser” de cada uno de sus integrantes y en donde se desarrolla la programación emocional que el niño tendrá a lo largo de su vida.

Si bien es cierto que en el bullying es clara la presencia de un agresor y su víctima, también existe otro integrante silencioso que son los espectadores. Aquél que es testigo de los golpes o que graba el momento de la agresión, refleja una conducta pasiva que puede tener graves consecuencias  psicológicas y sociales, como la sumisión, el miedo y la falta de empatía. Debemos reforzar en nuestros hijos la importancia de denunciar estos casos aun cuando no sean los directamente afectados, para crear un sentido de responsabilidad ante las cosas que suceden a su alrededor y con sus semejantes.

Si a quien le estás haciendo una broma no se ríe, deja de ser una broma. Si hay dolor y sufrimiento en un juego, deja de ser juego. De estas dos aseveraciones parten las sanas relaciones interpersonales. Aunque tiene pocas décadas de ser conocido como tal, el bullying ha estado presente en nuestra sociedad con nombres como acoso, sarcasmo y constante hostigamiento.

Es urgente que nuestros niños encuentren un lugar seguro en casa donde exista la confianza de platicar lo que sucede en la escuela y en familia desarrollen herramientas asertivas para enfrentar las situaciones incómodas y desagradables que se presentan fuera del hogar. La canción que venía escuchando en la radio tiene un final feliz, el personaje se valora a sí mismo y acepta quién es sin importar el rechazo de sus compañeros: “Soy feliz porque soy Tomás”. 

 (*) Avelina Jiménez Lozano, es Psicóloga con Maestría en Educación por la Universidad de Monterrey. Experta en temas de familia y pareja. Cuenta con la certificación para ser facilitadora de la herramienta pre-matrimonial FOCCUS. Ha participado en programas de desarrollo humano e inteligencia emocional en México y España. 


Contáctala en jimlav15@hotmail.com