"Quien quiera gozar de veras
y divertirse un ratón,
venga con las calaveras
a gozar en el panteón”.
José Guadalupe Posada
Un recuerdo muy especial que tengo de cuando era muy chiquita en Parras, Coahuila es el de llegar al panteón, el día de muertos, con mis hermanos y mis papás. Desde la entrada el pequeño camposanto era una fiesta: vendedores de caña de azúcar, flores, calaveras de azúcar, pan de muerto; cada tumba con gente, sonrisas, ofrendas, altares; toda la familia presente, alegría y tradición.
Esta celebración popular como la practican y festejan las comunidades indígenas de nuestro país ha sido declarada en el 2003 por la Unesco patrimonio oral e inmaterial de la humanidad. Ver a la muerte con otros ojos e incluso hacer fiesta con ella es parte del espíritu de esta celebración, ella es la protagonista.
Este culto viene del resultado de la fusión de dos tradiciones, la indígena y la cristiana. En la época precolombina nuestros ancestros celebraban y ofrendaban a los muertos flores de cempaxúchitl, de un amarillo intenso, y tamales de maíz al finalizar el ciclo de la cosecha, en los primeros días del onceavo mes del año; ellos creían que los muertos regresaban a visitar a sus familiares, y era necesario ayudarles a llegar a su destino alumbrando el camino con velas, el olor y color de las flores.
Esa fecha coincidía con la fiesta cristiana de todos los santos que trajeron los españoles durante la conquista. Fue así como se determinó que fueran los días uno y dos de noviembre la fecha en que se les rindiera culto a los difuntos. De acuerdo con esta bella tradición mexicana, se cree que la muerte, pero más específicamente la memoria de nuestros fieles difuntos, nos da un sentido de identidad, arraigo a nuestra cultura y a nuestra comunidad.
El rito comienza cuando se prepara el altar de muertos, se coloca en una habitación, sobre una mesa, cajas o repisas cuyos niveles representan los estratos de la existencia, pueden ser solo dos, el cielo y la tierra; tres en donde se incluye el purgatorio o hasta siete que son los pasos necesarios para llegar al cielo y descansar en paz.
En el nivel más alto se coloca la imagen del santo de devoción de la familia; el segundo está destinado a las ánimas del purgatorio; el tercero se coloca la sal, símbolo de la purificación; en el cuarto el pan; en el quinto se colocan las frutas y los platillos preferidos por los difuntos; en el sexto las fotografías de los difuntos a los que se les dedica el altar y por último, en el séptimo, en contacto con la tierra, una cruz formada por flores, semillas o frutas.
Las ‘calaveras’ epitafios en broma y satíricos que se burlan de hábitos, momentos embarazosos y chuscos de amigos y familiares. La visita al panteón para decorar las tumbas con flores y porque no, cantar serenata con la música favorita de los que ahí descansan.
Y por supuesto la presencia de La Catrina, esa alegre, coqueta y seductora representación de la muerte. Creada por José Guadalupe Posada en sus grabados, vestida con porte, elegancia y color por Diego Rivera. Un icono único e inigualable que a manera de caricatura nos recuerda que tarde o temprano tendremos un encuentro con ella. Sólo en México podríamos celebrar la muerte con tan espectacular producción.
Y al día siguiente no puede faltar el chocolate caliente con el pan de muerto, este delicioso pan tiene un significado en lo que lo decora; representa la cruz de cristo y las tiras de la corteza los huesos y el ajonjolí, las lágrimas de las animas que no han encontrado descanso. Convivir recordando y honrando a nuestros seres queridos, con anécdotas e historias.
Esta celebración varía de región en región y de pueblo en pueblo, pero todos tienen en común que la familia se reúne para dar la bienvenida a las ánimas, colocar altares, visitar el cementerio y arreglar tumbas. Y entonces vivos y muertos se reúnen nuevamente. Y así, de familia en familia, de una generación a otra, esa hermosa tradición se mantiene a través de los siglos y de las generaciones.
(*) Alida Madero, es Ingeniero en Industrias alimenticias egresada de la Universidad de Monterrey (UDEM). Tiene diplomados en Logoterapia y Desarrollo Humano. Actualmente coordina el programa Foccus Prematrimonial en la Arquidiócesis de Monterrey, el cual trabaja con las parejas que están comprometidas para contraer matrimonio.
Contáctala en foccusmonterrey@gmail.com