Por: Alida María Madero Fernandez
Monterrey, México.- En 1918, se celebró por primera vez en México el Día del Maestro. La propuesta pretendía que se instituyera un día en homenaje a los maestros.
Siempre he pensado que el ser maestro es una vocación,lo llevan en la sangre, y como toda vocación plenamente realizada los que la tienen son personas que él enseñar, el trasmitir conocimiento los hace felices, da igual la materia, lo que importa es el deseo de que el "alumno" aprenda. Ser maestro o maestra es una de las actividades humanas con mayor trascendencia e impacto en la sociedad.
Y la verdad es que no cualquiera puede ser un buen educador, no basta sólo con ponerse al frente de un público y hablar continuadamente sin interrupción. No todo aquel que da tareas es buen maestro ni quien dicta apasionadamente ni quien evalúa a los alumnos con una cierta frecuencia. Nada de eso sirve si no está enamorado de su profesión.
Quién de nosotros, cuando recordamos a nuestros maestros, sobre todo en aquellos que dejaron huella, evocamos no la materia que impartían, sino en cómo nos marcó su manera de enseñar, su pasión, su entrega y generosidad. Considero que todos mis maestros han contribuido a configurar la persona que soy.
Esa vocación a la que me refiero debe de hacerlos felices al descubrir en los ojos de cada uno de sus alumnos ese brillo especial cuando se dan cuenta de que comprendieron y aprendieron. O al vivir esa especial experiencia de cuando llegan los alumnos el primer día y ver como en el transcurso del año escolar se va transformando y creciendo en muchos aspectos.
Porque a los estudiantes hay que desafiarlos. Puede que sus criterios no estén del todo formados, pero esa precisamente es la función del maestro: no convencerlos de algo sino hacerlos llegar a ese algo por cuenta propia
Tener el reto de prepararse en esta época donde la tecnología puede ser una maravillosa herramienta didáctica, y sentir el desafío de cautivar a unas generaciones más indiferentes e incluso apáticas ante el bombardeo de tanta información. Querer ayudarles a aprender a discernir lo que de esa marea de conocimiento les sirve y que es basura, eso debe de ser apasionante, si no, no tienes esa vocación de educar, de enseñar, de formar.
Hace unos días leí un artículo donde un maestro, Rafael Puig dice: “es ingrata y a veces injusta mi profesión. Soy maestro porque se me ha concedido el privilegio de construir mundos posibles y soñar con universos imposibles. Porque comparto el cambio para mejorar y a veces también hago que el cambio ocurra.
Soy maestro porque cada día aprendo el doble de lo que enseño. Porque es la única forma que existe de ganarlo todo sin perder nada. Soy maestro porque me siento como el alfarero tomando en mis manos mentes inocentes que al pasar por mis clases se convertirán, contando siempre con la ayuda de Dios, en preciosos elementos de la alfarería social.”
“Y también soy maestro porque me agrada el ceño arrugado del estudiante incrédulo, los ojos entrecerrados del que duda, la pregunta ingenua del confundido, la afirmación retadora del hombre crítico... esos gestos, esas acciones y sus dueños, me avisan que sigo siendo humano y que puedo equivocarme.”
¡Eso es tener vocación!
Y es por eso que a veces me frustra en este país nuestro, que cuando se habla de los ‘maestros’ inmediatamente se transforma en una profesión altamente devaluada si se le asocia con la política, medios de comunicación y poder. Y no puedo más que pensar en la cantidad de aquellos maestros con verdadera vocación, con ansias de trasmitir a sus alumnos el conocimiento, de prepararse y de crecer.
Porque enseñar es estar lleno de esperanza, sembrador de sueños y forjador de progreso.
¡Gracias maestro, maestra por tu vocación y entrega!
Publicado el 15 de mayo de 2013: