En una relación de noviazgo con fines matrimoniales, tanto el hombre
como la mujer tienen sus propias expectativas. Ambos saben, o al menos creen
saber, lo que pueden aportar y lo que
esperan de su pareja. Durante las diferentes etapas del noviazgo la relación se
transforma y madura, o se termina.
La atracción física y emocional marca la primera etapa. Después
vienen las dudas respecto a la elección de la pareja y hay incertidumbre. En
esta etapa se rompe la relación o se avanza a la siguiente: la exclusividad; ya
no se piensa o se desea salir con otra persona, sólo son “tú para mí y yo para
ti”. Pasan del “me gustas” al “te quiero”.
La intimidad, y no me refiero a la física, sino a la del diálogo profundo, en la que se cuentan sus secretos, sueños o miedos íntimos, marca la cuarta etapa. Se comparten experiencias sólo
entre los dos; se muestran cómo son con sus virtudes y defectos. El balance
entre estos dos aspectos le dará estabilidad a la relación, entonces es más
factible que pasen a la siguiente etapa, la del compromiso. Los lazos de amor
se consolidan; hay una fuerza interior que impulsa a dar ese paso. Después de
esta etapa se llega al matrimonio; a desear vivir juntos para siempre.
¿Cómo es posible creer en algo para toda la vida cuando algunos han
crecido como testigos de relaciones matrimoniales destructivas y no ven esta
posibilidad como una opción? Si bien la atracción, el sentimiento y el deseo de
comprometerse de por vida son fuertes, hay inquietudes y dudas al respecto.
No es fácil para las parejas del milenio pensar en optar por una vida
de matrimonio y compromiso permanente. Las nuevas generaciones viven en una
cultura de lo provisional que desecha las cosas que están descompuestas, que
rara vez se arreglan porque resulta más económico no hacerlo. Ya no se compra
un carro, una casa, un refrigerador para toda la vida, ahora se planifica el
tiempo en el que se va a sustituir por uno nuevo.
Desde la infancia se sueña con el casamiento, la vida en pareja y los
hijos. Poseer todas esas cosas es meta para algunas niñas y niños. Se crece con
la ilusión de encontrar a la pareja ideal -al príncipe azul, a la mujer perfecta- que hará posible
conquistar, como en los cuentos, casarse y ser felices para siempre. Algunas
parejas centran su atención en los detalles de la boda, que si bien son muchos,
algunas los multiplican a tal grado que se deja para después aquello que dio
motivo a la organización de la fiesta. Para otras parejas, la boda y toda la
organización que ella implica son sólo un medio para llegar a su objetivo
final: la convivencia del día a día por el resto de sus vidas.
Para quienes ven el matrimonio como camino la celebración del mismo
queda señalada en una fecha y lugar determinados que marcan un nuevo comienzo.
Un cambio de vida de estas dimensiones requiere tiempo y no se puede tomar a la
ligera. El estado de la relación cambia a medida que la pareja cambia, y muchas
veces se necesitan ajustes mayores. La unión de la pareja se fortalece al pasar
juntos tempestades y compartir logros y éxitos personales y profesionales.
El Papa Francisco, durante su encuentro con miles de parejas de
novios por la celebración de San Valentín,
dijo: “el matrimonio es un trabajo de todos los días, se puede decir que
artesanal; un trabajo de orfebrería porque el marido tiene la tarea de hacer
más mujer a la mujer y la mujer tiene la tarea de hacer más hombre al marido.
Crecer también en humanidad, como hombre y mujer”.
Cuando la relación de matrimonio es una prioridad, no hay nada más
importante para la pareja que la pareja misma. Este estado de fidelidad no
viene de unas palabras mencionadas en la ceremonia civil o religiosa; proviene
de una convicción y un deseo de amor en exclusiva.
El amor verdadero no se impone por la fuerza; es necesaria la
cortesía: tomar en cuenta al otro, agradecer lo que se recibe, pedir perdón
cuando se ofende y perdonar cuando se es ofendido. El objetivo no es durar para
siempre, sino durar enamorados para siempre. Esto se logra sólo con una actitud
que se renueva cada día.
No hay hombre perfecto ni mujer perfecta, por lo tanto no hay
matrimonio perfecto. Enrique Rojas afirma que “la voluntad y la inteligencia
forman un dúo decisivo en la geografía de la persona”. El matrimonio no es
fácil. La capacidad de compromiso, la actitud, los detalles y el perdón lo
hacen posible.
(*) Martha Salim Naime. Es Administrador de Empresas con Maestría en Ciencias del Matrimonio y la Familia y diplomado en Tanatología por el Instituto Superior de Estudios para la Familia (Juan Pablo II). Cuenta con la certificación para ser facilitadora de la herramienta pre-matrimonial FOCCUS. Actualmente se desempeña como Gestor de redes sociales.
(*) Martha Salim Naime. Es Administrador de Empresas con Maestría en Ciencias del Matrimonio y la Familia y diplomado en Tanatología por el Instituto Superior de Estudios para la Familia (Juan Pablo II). Cuenta con la certificación para ser facilitadora de la herramienta pre-matrimonial FOCCUS. Actualmente se desempeña como Gestor de redes sociales.