domingo, 15 de marzo de 2015

El asombro, la cualidad perdida

Por Martha Salim Naime

La mayoría de adultos toman el mundo por sentado
—Jostein Gaarder
Asombrarse es una capacidad innata que va perdiendo fuerza poco a poco. Se va desvaneciendo por las circunstancias, los problemas y la rutina en una nube gris en la que todo se vuelve monótono, insípido y desabrido.
La capacidad de asombro es natural en la infancia. La veo en mi nieta cuando vamos al parque. Los pocos pasos que nos separan de los columpios se convierten en una aventura de exploración. Se detiene y observa con detalle todo lo que le llama la atención; como si se tratara de una reportera del National Geographic.
Lo mismo suspende su caminata para recoger una hoja seca, que se pone en cuclillas para observar a una hormiga cargando con dificultad una  hoja mordisqueada; se maravilla al escuchar correr el agua y al ver su sombra reflejada en el piso. Su vocabulario es muy reducido, pero con un ¡wow! lo dice todo.  Expresa con su cuerpo lo que con palabras no puede por su corta edad.
¿Recuerdas cuándo fue  la última vez que te quitó el aliento ver un atardecer? ¿Cuándo dejaste de admirar las montañas? ¿Cuándo renunciaste de reír espontáneamente?  ¿En qué momento la vida te fue llevando al punto de dejar pasar desapercibidas las maravillas que acontecen diariamente en el entorno?
El psicólogo infantil Jean Piaget, quien basó sus estudios en la observación del crecimiento de los niños —principalmente el de sus hijos— sostiene que el conocimiento se construye de dos formas: a través del aprendizaje y por la interacción con el medio ambiente.
Como padres y formadores tenemos la responsabilidad  de alentar y promover que el niño explore y construya su conocimiento. De ésta forma,  además de aumentar su acervo, fomentará su disposición de maravillarse por  todo lo que sucede a su alrededor.
La capacidad de asombro es una cualidad que se nutre de observar;  de detenernos a contemplar. De ser como los niños de antes que veían la tele e intercambiaban canicas. Incrédulos ante una hormiga que carga un objeto que le dobla el tamaño; ingenuos al creer que la sombra tiene la voluntad de moverse por sí misma; y humildes ante la grandiosidad de la naturaleza.
Es curioso que nos admiremos del avance en la tecnología, como los teléfonos inteligentes, las tabletas y sus aplicaciones modernas y sofisticadas y se nos olvide admirar el funcionamiento de nuestro cuerpo. Hasta que enfermamos nos damos cuenta de lo perfecto que era.
Uno de los grandes retos para los padres del milenio es lograr un sano equilibrio entre lo natural y la tecnología; entre jugar en el parque y dominar un videojuego; entre socializar y chatear. Es triste observar a un niño que, absorto frente a una pantalla, desperdicia la oportunidad de maravillarse al mirar por la ventana del auto.
Poseer capacidad de asombro hoy en día es una virtud. La naturaleza nos reta a maravillarnos con lo que nos ofrece constantemente; a abrir los ojos del alma y dejarnos sentir cautivados.  Seamos como niños: naturales y espontáneos.
El mejor momento para comenzar es el presente.  ¿Qué te ha sorprendido hoy?

 (*) Martha Salim Naime. Es Administrador de Empresas con Maestría en Ciencias del Matrimonio y la Familia y diplomado en Tanatología por el Instituto Superior de Estudios para la Familia (Juan Pablo II). Experta en temas de familia y pareja. Cuenta con la certificación para ser facilitadora de la herramienta pre-matrimonial FOCCUS. Actualmente se desempeña como Gestor de redes sociales.

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